LO MISMO PERO VIRTUAL

En lo que ya parece oficialmente el secuestro espectacular de las funciones reivindicativas que ha asumido tradicionalmente la plaza principal de la ciudad, y por lo tanto del país, podemos asistir estos días en el Zócalo de la Ciudad de México a un gran espectáculo creado para la celebración del Bicentenario de la Independencia de México y que se estrenó el 15 de septiembre, día del Grito de la Independencia.

Proyectados sobre la pantalla del Palacio Nacional, el centro de gobierno del país, se recrean algunos de los pasajes que han forjado la historia de la nación. En un viaje iniciático, vamos del pasado de los habitantes originales a los futuros pobladores del 2010. El necesario exceso narrativo de luces, proyecciones y sonido lo convierte en un inesperado monumento psicodélico que, como todo recorrido por la historia, puede llegar a malviajar.

Hacia la parte central del espectáculo destaca un pasaje especialmente abstracto, sobretodo en su acompañamiento musical, que asemeja a la caída de un muro. Los ladrillos que forman el palacio cobran virtualmente vida, llevando al edificio de su desmantelamiento en un primer instante, a la líquida transformación en tres pirámides. En este momento de transición de la opera aperta no sabemos si se celebra la independencia de un país ante un gobierno opresor, la llamada inconsciente a la tradición revolucionaria de sus habitantes o la constatación de que todo poder proviene de otro.

La sustitución del grito de independencia por el oh boquiabierto de los testigos nos hace constatar que todos las contradicciones que generan un país pueden llegar a resolverse en el éxtasis de la visión, convirtiendo a cada espectador en el hombre bicentenario: similar y extático detrás de una pantalla.

Las Tres Leyes de la robótica:

1.— Un robot no debe causar daño a un ser humano ni, por inacción, permitir que un ser humano sufra ningún daño.

2.— Un robot debe obedecer las órdenes impartidas por los seres humanos, excepto cuando dichas órdenes estén reñidas con la Primera Ley.

3.— Un robot debe proteger su propia existencia, mientras dicha protección no esté reñida ni con la Primera ni con la Segunda Ley.

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